Se ha escrito tanto sobre el arte de tejer como terapia (puedes encontrar solo dos ejemplos aquí y aquí), que probablemente no tengo mucho más que añadir. Pero me parece un tema interesante al que se podrían dedicar horas de estudio.
A nivel personal, tejer me ha ayudado tanto, que no puedo más que dar la razón a todo lo que ya se ha dicho. Para mi, es una terapia que funciona, y lo hace a dos niveles diferentes.
El primero de ellos es el individual. La actividad de tejer produce ciertos beneficios para las personas que la realizan.
Hay muchos casos de gente a la que tejer les ha ayudado a salir de situaciones complicadas: enfermedades, duelos, periodos de depresión, ansiedad o estrés. Yo misma he experimentado cómo tejer libera mi mente en momentos de mucho estrés. No es un invento, es que tu cabeza se concentra en una tarea que la evade de todo lo demás. No hay prisas, plazos de entrega o presiones. Solo estáis tú y tu labor.
Tejer mantiene tu mente activa, necesitas estar pendiente de los puntos que vas haciendo para que no haya errores: contar, visualizar… ¿Quién no se ha equivocado alguna vez por estar tejiendo mientras hablas con alguien o estás viendo la tele? Y no hace falta decir que fomenta la creatividad, que puedes experimentar hasta donde tú quieras para crear, incluso, nuevos mundos.
¿Y cuándo terminas un proyecto? Solo las tejedoras (y tejedores) saben lo que se siente cuando ves que todo tu esfuerzo ha merecido la pena. Es un buen chute de autoestima, que se repetirá cada vez que hagas uso de lo que has hecho. Por ejemplo, si es una prenda de ropa, un complemento o si lo luces en las paredes de tu casa.
Pero hay una segunda parte (para mi tan importante como la primera) que magnifica estos beneficios: TEJER EN BUENA COMPAÑÍA. Ahora que se acerca el Día Mundial de Tejer en Público (se celebra el segundo sábado de junio de cada año), creo que es un buen momento para reivindicar que, si tejer es una actividad placentera, si lo haces con más gente, ¡lo es todavía mucho más!
Hablo desde la experiencia. Hace unos 5 años que, junto a un grupo de conocidas del barrio, formamos un grupo de tejedoras sin saber muy bien qué buscábamos, más allá de juntarnos un día a la semana para tejer. Nos conocíamos, pero tampoco éramos íntimas. Solo nos unía la necesidad de tener unas agujas entre las manos, y si podíamos aprender las unas de las otras, ¡seguro que funcionaba!
Y tanto que funcionó. Cinco años y una pandemia después, puedo afirmar rotundamente que sin ellas, la vida sería peor. Que todas las lanas y los hilos que hemos tejido juntas nos han ido acercando. Hemos creado proyectos estupendos, personales y grupales, pero sobre todo, hemos tejido algo más importante: una gran amistad.
Por eso, desde aquí, os animo a que aprendáis a tejer. A que compartáis vuestras labores y a que descubráis hasta dónde sois capaces de llegar.
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